Int. Noche. Una antigua compañera de la escuela de arte dramático nos reúne en una casa rural para pasar una noche y despedir, como en Resacón en las Vegas, su soltería por todo lo alto.

Y allí está él, uno de mis amores platónicos de estudiante. Un chico alto y guapo, que estaba dos cursos por debajo de mí. Y que mientras yo me autoconvencía de que caería en mis redes porque ya era una actriz experimentada en cine, teatro y televisión, un caprichín en toda regla; él se enrolló con todas las de su clase y pasó de mí.

Ay, cuando le veo, está igual, alto y guapo, con la misma cantidad de pelo y esas ojeras seductoras capaces de desarmar llamas en el desierto. Tarda 5 minutos en contarnos a todos que tiene una novia guapísima y jovencísima. Hala, todas mis esperanzas de años hechas añicos por el suelo de terrazo del salón.

La noche sale divertida. Sin las «creatividades» típicas de las despedidas de soltera, pero es que los artistas cuando tenemos que ser creativos a veces nos pilla cansados y nos acogotamos. Preferimos la sencillez, el alcohol y salvar el mundo desde el sofá.

Mientras peleo para que no me hagan un spoiler de Juego de Tronos (es lo que tiene ver todas las temporadas de golpe y porrazo cuando ya ha acabado la séptima) me quedo dormida en el sofá. Al rato abro el ojo y descubro que una pierna se enrosca sobre mi cintura, un brazo me rodea el pecho y ya he perdido la conciencia de dónde empieza mi oreja y termina su nariz. En un primer momento entro en pánico, pero en cuanto me acostumbro a su olor sé que es él.

La tentación vive arriba, abajo y en todo el cuerpo, pero hay un pensamiento más fuerte que se repite en mi cabeza: tiene novia, no llevas años de terapia para cagarla ahora. Así que me armo de valor y decido salir de allí.

Como en una partida de Twister repto con mi tren superior para librarme de su brazo, giro la cadera para esquivar su pierna, me preparo para saltarle, mano derecha-oreja izquierda, rodilla izquierda-cadera derecha, levantó pie izquierdo y lo apoyo en el suelo, ahora mano izquierda-y… pierdo el equilibrio; como Lara Croft en su película homónima, freno la caída a dos centímetros de su cara, él se mueve y murmulla, pero sigue dormido, roncando. Permanezco inmóvil, y trago para mis adentros el suspiro de alivio. Una gota de sudor recorre mi frente y aunque hago todos los esfuerzos posibles, sin moverme, para que no caiga veo como se precipita a cámara lenta desde la punta de mi nariz a la suya. Ya no hay remedio. Él se despierta.

De golpe, con los ojos como los Furbies me mira con cara de pánico, se incorpora a toda velocidad, salgo despedida y termino con el culo contra el suelo. Con cara de haber visto a Esperanza Aguirre recién levantada mete un grito que resquebraja los cristales. Se tapa la cara, los ojos, aspavientos con las manos. Niega con la cabeza, pide perdón. Yo ya me he hecho un lío, no sé si pide perdón por el grito, por los cristales, el culetazo o porque me ha confundido con su novia… pero todo empieza a coger forma en su discurso inconexo… Cree que soy yo la que se ha abalanzado sobre él. Me quedo perpleja, ojiplática y como en todos los momentos tensos de mi vida, sin capacidad de reacción.

Recojo mis zapatos, mi chaqueta, las esperanzas hechas añicos del todo y me voy de aquel salón con la cara que se te queda después de haberte comido unas calabazas que no estaban en el menú. Party carving party, baby 😉

 

 

Share This