CAROLINA LAPAUSA
Nací cuando Pedro Almodóvar estrenaba Pepi, Luci Bom y otras chicas del montón dispuesta a ser mi propia versión de la movida madrileña en la tranquila vida familiar de los Lapausa. Mi padre decidió llamarme Carolina por Carolina de Mónaco, el icono de los 80. Y es que los 80 marcaron… y mucho.
Crecí rodeada de los tebeos y los poemas de Gloria Fuertes que venían con los suplementos dominicales de los periódicos. La primera vez que pisé un teatro iba disfrazada de pastorcita, fue después de la fiesta de Navidad del colegio. Tenía 4 años, era el Teatro de la Zarzuela, iba a ver el Ballet Nacional, horario adulto. Recuerdo los esfuerzos titánicos para vencer el sueño, no quería perderme ni un solo detalle de ese espectáculo de luz y color al que me llevó mi hermana mayor; la misma con la que un poco más tarde me pelearía casi a diario para que quitara su cd de David Bowie y me dejara escuchar el mío de las Spice Girls.
Mi infancia transcurrió por los pasillos del Museo del Prado. Mi padre trabajaba allí y pasé muchas tardes viendo cuadros, cuadros y más cuadros. Cuando tienes 8 o 9 años es aburrido, pero gracias a esos momentos aprendí a inventarme historias, tal vez por pura supervivencia, pero me enamoré del arte y éste abrió las puertas de mi imaginación.
A la par llegaron a mi vida Leroy y Coco en Fama y Alex Owens en Flashdance, así que compaginé la libertad de las coreografías caseras en la intimidad de mi habitación con las clases de ballet y danza española en el Conservatorio Profesional de Danza de Madrid.
Años más tarde llegó el espíritu rebelde y anárquico de la adolescencia. La rigidez del ballet no me gustaba y el flamenco no era lo mío. A mí me gustaba la danza contemporánea, pero amigos, si vivir de la interpretación es deporte de riesgo, de la danza ni se lo imaginan. Quería ir más allá, explorar nuevos límites. Y mientras Pedro Duque cumplía su primera misión espacial a bordo del Discovery, yo, a mi nivel terrestre, hice lo propio e ingresé en la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático). Cuatro años de aprendizaje e investigación. ¡Guau!
Allí surgieron las primeras oportunidades laborales en teatro, cine y televisión que continuaron con una larga lista que podéis ver en las pestañas de esta web. Encontré mi camino y, desde entonces, vivo haciendo lo que más gusta. Además, mis inquietudes crecen, se transforman y me retan cada día a buscar nuevas formas de expresión.
Obsesionada con la formación, he viajado a Londres, Buenos Aires y Nueva York para seguir aprendiendo de los mejores.
Hace quince años me ofrecieron trabajar con adolescentes e impartir clases de teatro como parte de su terapia para superar trastornos de personalidad y conducta alimentaria. Poco a poco aquellos adolescentes se convirtieron en mis maestros y así encontré un nuevo sentido a mi trabajo y a mi vida, no solo el desarrollo de la empatía y el pensamiento crítico a través del relato en la ficción, sino también, cómo podía ayudar y poner todas las herramientas técnicas y valores personales aprendidos en mis años de formación y experiencia al servicio de otros en su desarrollo.
Y es que hay profesiones que no son solo un trabajo, sino una manera de vivir y me considero realmente afortunada de poder vivirla así. Actuar me ofrece un espacio privilegiado para reconciliarme conmigo misma, crear y conquistar la libertad de ser yo porque como dijo mi admirada Nathalie Poza al recoger su merecido Goya: “No sé si cambiaremos el mundo, pero a mí este oficio me ha salvado la vida”.
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ASÍ ME VE
“Dúctil, con capacidad de trabajo y de ilusión por el proyecto”
Uno de los alicientes de trabajar en una serie de TV es que, al tener repartos muy amplios, ofrece a sus directores la posibilidad de conocer actores nuevos.
En el primer capítulo que dirigí de LA SEÑORA tuve la oportunidad de trabajar, entre otros, con Carolina Lapausa y Raúl Peña. Una de las primeras secuencias que hicimos juntos era la declaración de matrimonio de Hugo de Viana (Raúl) a Isabelita (Carolina) en una iglesia. La situación estaba escrita en tono de comedia, como todo lo que tenía que ver con estos dos personajes, lo que tendía a infantilizarlos. Unos minutos antes de grabar, mientras repasábamos los diálogos, Carolina, Raúl y yo hablamos sobre Isabel, Hugo y lo que ese momento podía significar para ellos.
Los tres estábamos de acuerdo en que debíamos intentar ir un poco más allá de lo que marcaba el guión, que la ligereza no podía ocultar la parte dramática latente en la secuencia. En el pequeño margen que tuvieron, Carolina y Raúl, dando muestras de una gran sabiduría interpretativa, supieron dar el tono justo de forma que la declaración de Hugo se convirtió en un punto de inflexión para sus personajes que, a partir de ese momento, maduraron, teniendo la oportunidad de desarrollar su propia trama a los largo de LA SEÑORA y su continuación, LA REPÚBLICA.
Algo así sólo sucede con actores dúctiles, con capacidad de trabajo, de ilusión por el proyecto en el que están implicados. Y con una formación sólida que les permita reaccionar con rapidez en cualquiera de las situaciones que se presentan a lo largo de su carrera.
Actores como Carolina Lapausa que creó en Isabelita un personaje que viaja de la ingenuidad de la juventud a la madurez de una mujer desengañada. Y lo hizo con valentía y brillantez, siendo capaz de proporcionar a su personaje todos los matices que requería.