Desde hace 11 años colaboro con la clínica Adalmed. Allí doy clases de teatro a chicas y chicos que están ingresados con diferentes trastornos, en su mayoría trastornos en la conducta alimentaria, anorexia o bulimia.
Cuando se habla de este tipo de enfermedades se recurre al sensacionalismo de las niñas que mueren de hambre por querer entrar en una talla 34, pero estas enfermedades no hablan solo de eso. El físico es la punta del iceberg que esconde una herida mucho más profunda pero que preferimos no ver.
Hay muchos tipos de heridas, algunas hablan del miedo que provoca crecer, de tener que enfrentarse a un mundo incierto y asumir responsabilidades para las que no se han adquirido herramientas previas. Otras del dolor de ser diferente y no sentirse aceptado. Otras de la búsqueda de la perfección y las expectativas no cumplidas. Y algunas de dependencia. Pero todas convergen en dos puntos cardinales el sufrimiento y la necesidad de cariño.
Así expuestas nos parecen ajenas, algo que no va con nosotros, pero si parásemos un momento y nos atreviéramos a mirarnos, de verdad, veríamos que tampoco estamos tan lejos. Algo de esta herida está también en cada uno de nosotros, aunque a diferencia de ellas nuestra vida no corra peligro.
En mi trabajo con ellos descubro y aprendo cosas relacionadas conmigo y con mi trabajo. Personalmente me han enseñado lo importante que es el trabajo en equipo para todo en la vida; a manejar mis miedos y aceptar mis propios límites. Profesionalmente me enseñan a dejarme llevar, a leer las situaciones por encima de las interpretaciones, porque muchas veces lo que pasa dentro de nuestras cabezas nada tiene que ver con lo que pasa en realidad.
Verlas y verlos crecer casi se ha convertido en mi propia terapia. Admiro su valentía, como hacen esfuerzos titánicos para aceptarse como son, con sus luces y sus sombras. Como aprenden a ser honestos con ellos y los demás, a mostrarse vulnerables, a pedir ayuda, a mostrar que no todo es bonito, a apoyarse mutuamente, a querer bien, sano. A dar la justa importancia al físico, a soltar los prejuicios. A valorar el camino más allá de la meta y que el valor nada tiene que ver con el precio. Como luchan por volver a comer, por recuperar la sonrisa. Como ellas dicen: unas veces se gana, otras, se aprende.
Aquí os dejo parte del discurso que dio una de ellas el día que le dieron el alta. Desde aquí quiero darle las gracias por dejarme acompañarla. Al final son ellas quienes se curan, quienes transforman lo que podemos darles en herramientas para volar. Bienvenida a la vida, pollito 😉
Ilustración sacada de de medicina.com