Me encontraba en Budapest rodando una película y me vine arriba: el Erasmus que nunca tuve. Aprovechaba cualquier oportunidad para meterme de lleno en la cuidad y dada la intensidad de mi carácter cualquier acto, hasta el gesto más cotidiano, se convertía en la más cosmopolita de las aventuras.

Una pequeña alteración en el plan de rodaje fue la excusa perfecta para visitar LA LAVANDERÍA. Ese lugar que reside en la fantasía de cualquiera después de Mi vida sin mí pero como esto no es triste, prefiero ser la jaca rubia que protagoniza Viajo sola. 

Mientras hacía tiempo esperando mi turno, vi cómo entraba una señora de unos cuarenta y algo con su hija adolescente y dos pequeñas bolsas con ropa. En seguida se puso a hablar conmigo, hablaba un inglés perfecto. Vivía en Londres, pero conservaba su piso en Budapest para visitar a la familia. Me recordaba a mi hermana mayor.

Llegó mi turno y cuando me levanté hacia la lavadora número 8 me propuso compartirla ya que ninguna de las dos tenía demasiada colada. (Por si no me conocéis, algunos de los muchos defectos de mi carácter neurótico son: la hipocondría y los escrúpulos). Abrí los ojos como los Furbies y mi cerebro se dividió en dos: una parte valoraba los riesgos con la precisión de un scanner (limpia, bien vestida, parece sana, clase media tirando a alta), la otra solo pensaba «es mi ropa, mi turno, mi colada… Esto sí que es íntimo». Pero, de repente, sin tomar ninguna decisión consciente mi cara esbozó una sonrisa radiante, dulce y amable; con una educación digna del colegio de monjas que me pagaron mis padres, mi voz pronunció un YES, I WILL rotundo mientras en mi cabeza resonaba, ampliado por el eco, el pensamiento: ERES GILIPOLLAS, CAROLINA.

Solo añadiré que la señora se fue a tomar un café, y yo me senté frente a la lavadora mirando como sus braguitas y las mías daban vueltas, como nuestras intimidades comulgaban girando a toda pastilla, entre desinfectantes, agua y altas temperaturas (por suerte, ahí no hay microbio que sobreviva). El lavado duró tanto tiempo que busqué por internet la tienda de ropa interior más cercana. Me pudieron los escrúpulos.

Cuando terminó y ella regresó, nos despedimos muy cariñosamente. Al fin y al cabo, ella, y solo ella, trasformó por sorpresa mi Viajo sola en La vida de Adelé, un encuentro íntimo, húmedo y con bragas de por medio. Es que ya sabéis eso de… Si lavas cachete con cachete, pechito con pechito y braguita con braguita…

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